La vida es arbitraria. No conoce de reglas, ni de manuales de procedimiento. No viene con un librito de instrucciones, ni con garantía…
Está abarrotada de zozobra, asombro, desconcierto. Llena de sorpresas y puntos de inflexión, de encrucijadas y bifurcaciones. De decisiones. Su libre albedrío es esquivo a razones, no cree en nada ni en nadie.
Casi siempre tiene un as bajo la manga, y cuando no lo tiene se vale de un séquito de personas que vienen a ponerla patas arriba.
La vida es como una mujer, indescifrable, impredecible, caprichosa y a veces, insoportable. Nos seduce, nos confunde, a veces solo queremos vivirla y otras tantas solo necesitamos saber cuándo se acaba.
Casi nunca acepta pactos, tratos, ni treguas, y cuando creas que te ha aceptado algún tipo de canje descubrirás que, más adelante, había alguna trampa escondida, como las letras pequeñitas de los documentos notariados.
No tiene advertencias, ni señalizaciones a lo largo de la vía. Su regla máxima es que hay que vivirla, y que solo el golpe nos avisa.
A la vida no se llega tarde, ni temprano… ella juega con el tiempo sin pizca de culpa. Va y viene. La vida si no la gana, la empata, y si no la empata, la enreda.
La vida es un reloj de arena al que no se le da vuelta, una vez que empieza a correr –indómita- no hay quien la pare.
No hay manual para descubrir sus espejismos, acertijos y pasajes secretos. Nunca es mansa. Es rebelde. No se deja domesticar. No se planea, ni cumple cronogramas, horarios ni acepta algún tipo de estrategia de espacio/tiempo.
No se parece a ninguna película, libro o poema, no es siquiera un poco parecida a nuestra canción favorita.
La vida es una palabra compuesta, es SER/ESTAR. O serestar, así toda junta y revuelta. Dispuesta a alborotarnos los planes, a descubrirnos los secretos, a desnudarnos las mentiras, a dejarnos desvalidos, maniatados.
La vida es imprudente, no conoce de maneras, ni de respuestas diplomáticas.
Acepta lo que venga sin pensarlo dos veces. Suele transformarse en una ecuación extraña llamada AMAR=SER AMADO, en una metamorfosis digna de un libro de Kafka.
En resumen,la vida siempre hace lo que le da la gana. Así que solo queda vivirla, aunque no salgamos –ni un poquito- vivos de ella.