lunes, 30 de enero de 2012

Bandas Sonoras

Me muevo por la vida al compás de la música que escucho. Esa que me acompaña cuando la espera en el Metro se hace eterna, esa que me alborota las musas. Esa melodía que me invita a soñar, a buscar historias entre la mirada perdida y esquiva de la gente. Esa música que le da tumbao' a mi caminar. La música que me levanta en las mañanas cuando aún no he tomado café y estoy en esa especie de ''no man's land'' donde no estoy del todo dormida/despierta.

Hoy, me levantó Bruno Mars, diciéndome que ''i wanna be a billionaire so fucking bad''. Con ese pensamiento me lavé los dientes y me fui a bañar, convencida de que puedo hacer un par de millones con mi trabajo y esfuerzo. Mientras caminaba hacia el metro, Luis Eduardo Aute me recordó que ''todos los caminos conducen a Roma, y es verdad porque el mío, me lleva cada noche al hueco que te nombra''.

Pasaron las personas, los vagones y dos trenes antes de subirme al mío, justo cuando sonaba Andrés Suárez y yo despedía -en silencio y sin hacer aspavientos- a mi amor de Metro, ese muchacho encorbatado con el que nunca he cruzado más que un ''Permiso, por favor'' pero que coincide conmigo todas las mañanas. El gallego Suárez me recibía con ''Números Cardinales'', y yo, sonreí a mi reflejo en la ventana, pensando siempre que ''si quieres, nos quitamos la ropa y leemos algo''.

Me bajé, como siempre, caminando apuradita, mientras Guaco hablaba de ''como caminan, las caraqueñas''. Sonreí, y con el ipod a todo volumen pedí mi tan ansiado con leche doble, tibio, ese que sirve de despertador en las mañanas. 

Pasaron las horas y me tocó volver a encender mi pequeña caja de Pandora musical, solo que ahora era media tarde, el cielo estaba gris y lluvioso, y yo andaba melancólica. Sentada en un banco de cualquier plaza caraqueña Georgina me dijo ''quédate allí, disfrutando de tu vida y libertad''. 

Una lágrima resbaló del borde de mis ojos, mientras una guacamaya solitaria elevaba al cielo su lamento. El ipod volvía a jugarme una mala pasada, y le tocaba a Ron Pope darme una cachetada de realidad ''i don't wanna waste the weekend, if you don't love me, pretend, a few more hours, then it's time to go''.

Y lo recordé a él, a sus boletos aéreos, a nuestra diferencia horaria. Pero como toda tortura llega a su fin, al minuto 3:14 de la canción por un movimiento brusco el aleatorio de mi ipod me lanzaba la última canción antes de anunciarme que la batería estaba descargada.

El último mensaje de mi ipod, sonó con el tono de voz ronquito y del sur de España de Bebe, diciéndome que ''hoy vas a descubrir que el mundo es solo para ti, que nadie puede hacerte daño, nadie puede hacerte daño. Hoy vas a conseguir reírte hasta de ti, y ver... que lo has logrado''.

Y así, riendo, con un ipod sin pila, y el mejor soundtrack del día subí a la camionetica, con la esperanza de que la banda sonora del día siguiente fuese igual de prometedora.

Caracas, con C de caos y de convicción



Camino, arrastro mis pies por una ciudad con la que tengo una relación disfuncional, de esas donde el cariño es tanto que es hasta tóxico.

Resulta que tengo meses planeando -sin éxito- algo que me permita huir de aquí, de Caracas y su caos, sus conductores pegados a las cornetas, sus peatones irrespetando los pasos cebra. Su inseguridad, su bulla, su suciedad.Sus buhoneros, sus colas, sus huecos. 

Ese empeño de ella en jugar caribe.

Tantos clics y tantas páginas webs buscando un destino donde pueda estar y ser, sin que la ciudad me consuma, pero nada, hoy, o mejor dicho hace un par de días Caracas me dió su rostro ameno, me picó el ojo, me enseñó de nuevo el Ávila y me pidió que me quedase, que aún había mucho por descubrir.

Y abandoné mi zona de confort, y me subí al metro y vagué por sus estaciones.

 Me ví en ''La Estancia'' leyéndome un libro mientras un pareja de siempre fieles guacamayas pasaba por ese cielo tan ridículamente azul para ser enero. Caminé los Palos Grandes, me senté en su biblioteca, me tomé un café y Miguel Otero Silva me recibió con ''Cuando Quiero Llorar no lloro''.

Pasaron las horas, y fui a Sábana Grande, a la plaza de los pintores, me comí un paquete de cotufas mientras unos niños corrían como posesos por el bulevar, me reí como nunca y uno de los pintores me regaló una caricatura de mí. 

La tarde iba cayendo, pero yo quería seguir explorando Caracas, viendo que tiene tanto por recorrer, tanto por conocer, tantas sonrisas para darme, tantos lugares escondidos para mostrarme.

Me subí al Transmetrópoli, ese invento tan bogotano que pareciera no encajar aquí, y fui a tener a la plaza Bolívar, la del Hatillo, llena de colores, con un fríito como para ir de la mano de alguien querido, mostrándole poquito a poquito donde se consiguen las artesanías más bonitas y donde está ese chocolate caliente que hace la vida más fácil.

Pero nada, yo andaba sola, sin nadie a quién mostrarle ese lado de Caracas, ese que se esconde entre kilómetros de cola, nubes cargadas de smog y corneteo incesante. Esa Caracas que a veces nos regala sonrisas, ferias de libros, ventas de artesanías, que a veces nos grita piropos aún en el medio de tanto espanto.

Caracas, me convenció una vez más de quedarme. En palabras de Fito, ''cuando vos elegís la razón, yo prefiero siempre un poco de caos''

jueves, 12 de enero de 2012

Hagamos un trato...

El asunto está en que nos falta amor, y nos sobran cosas. Tenemos blackberrys y smartphones para comunicarnos a la velocidad de la luz, computadoras con Skype, televisores con acceso a internet. 

Tenemos ipods para atestarnos la vida de música y dejar de oír nuestros propios pensamientos, tenemos agendas para acordarnos las cosas más sencillas, como respirar, pensar, dar besos. Tenemos tarjetas de crédito y débito, chequeras, acceso a cualquier moneda extranjera en el mercado negro, pero no tenemos planes, ideas, escapes.

Vamos por la vida dando tumbos, desbocados y sin fijarnos en lo más mínimo. No disfrutamos de la luz del amanecer, del cambio en el clima, de las miradas de la gente cuando vamos por la calle. Todo lo hacemos de forma autómata. 

Nos volvimos competitivos, unas máquinas para conseguir el éxito, para llenarnos de lujo, para sobrevivir al 15 y último y encadenarnos aún más a todas esas personas que nos adulan.

Pues hoy digo que no quiero nada de esto. Que estoy harta. Harta de fingir que me cae bien todo el mundo y que necesito sus mimos y atenciones, y los reto a esto, a que creemos una nueva generación, de frikis, de yonquis, de hippies adictos al amor, de gente colmada de buena vibra.

Que nos tornemos en una generación de buenos días con besos y sonrisas para regalar. De carcajadas en andenes de metro, de poemas, textos, y tweets. Que nos volvamos creativos y le digamos no al plagio, que empecemos a leer cosas de verdad. Que retornemos a lo sencillo, a lo básico.

Que lancemos las agendas al cubo de la basura y que hagamos solo aquello que nos haga feliz, que sé que tenemos que pagar las cuentas, y cumplir con ciertas cosas, pero que no estamos obligados a frustrarnos, a amarrarnos a un trabajo mediocre de 2 a 6 solo para tener dinero.

Vamos a parar el tiempo, a desconectar los relojes. A jugar como niños, a amar como adolescentes, a ser irreverentes, ¿qué más da?.

Borremos los malos recuerdos, y pasemos el día con buenos tragos. Súbanse la falda, quítense los tacones y bailen encima de las mesas. Pónganse medias de colores aún cuando tengan zapatos aburridos. Besen, amen, sean libres... porque para eso es la vida.

Dejemos los no-puedo, y pensemos una mejor manera de hacer aquello que siempre hemos querido. 

Dediquémonos a vivir, y que ya no nos quede tiempo pa' otra cosa.