Camino, arrastro mis pies por una ciudad con la que tengo una relación disfuncional, de esas donde el cariño es tanto que es hasta tóxico.
Resulta que tengo meses planeando -sin éxito- algo que me permita huir de aquí, de Caracas y su caos, sus conductores pegados a las cornetas, sus peatones irrespetando los pasos cebra. Su inseguridad, su bulla, su suciedad.Sus buhoneros, sus colas, sus huecos.
Ese empeño de ella en jugar caribe.
Tantos clics y tantas páginas webs buscando un destino donde pueda estar y ser, sin que la ciudad me consuma, pero nada, hoy, o mejor dicho hace un par de días Caracas me dió su rostro ameno, me picó el ojo, me enseñó de nuevo el Ávila y me pidió que me quedase, que aún había mucho por descubrir.
Y abandoné mi zona de confort, y me subí al metro y vagué por sus estaciones.
Me ví en ''La Estancia'' leyéndome un libro mientras un pareja de siempre fieles guacamayas pasaba por ese cielo tan ridículamente azul para ser enero. Caminé los Palos Grandes, me senté en su biblioteca, me tomé un café y Miguel Otero Silva me recibió con ''Cuando Quiero Llorar no lloro''.
Pasaron las horas, y fui a Sábana Grande, a la plaza de los pintores, me comí un paquete de cotufas mientras unos niños corrían como posesos por el bulevar, me reí como nunca y uno de los pintores me regaló una caricatura de mí.
La tarde iba cayendo, pero yo quería seguir explorando Caracas, viendo que tiene tanto por recorrer, tanto por conocer, tantas sonrisas para darme, tantos lugares escondidos para mostrarme.
Me subí al Transmetrópoli, ese invento tan bogotano que pareciera no encajar aquí, y fui a tener a la plaza Bolívar, la del Hatillo, llena de colores, con un fríito como para ir de la mano de alguien querido, mostrándole poquito a poquito donde se consiguen las artesanías más bonitas y donde está ese chocolate caliente que hace la vida más fácil.
Pero nada, yo andaba sola, sin nadie a quién mostrarle ese lado de Caracas, ese que se esconde entre kilómetros de cola, nubes cargadas de smog y corneteo incesante. Esa Caracas que a veces nos regala sonrisas, ferias de libros, ventas de artesanías, que a veces nos grita piropos aún en el medio de tanto espanto.
Caracas, me convenció una vez más de quedarme. En palabras de Fito, ''cuando vos elegís la razón, yo prefiero siempre un poco de caos''
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