viernes, 8 de abril de 2011

Carta de Amor Ficticia

Yo soy muy mala perdedora. Es verdad. Una verdad irreductible, pero así como soy una mala perdedora soy muy buena sacando cosas positivas de donde no las hay. 

En un ejercicio de valentía decidí inscribir mi carta al Concurso de Cartas de Amor de Montblanc, y ésta carta quedó entre las 438 que fueron preseleccionadas. Es cierto, no es lo mismo haber sido preseleccionada que haber quedado en el Top 10 de las finalistas, pero ¿sabe qué? mi carta la leyeron 800 personas y gracias a ella me contactó gente que ni siquiera sabía que yo escribía, y ya eso es ganancia. 

Usted puede llamarlo ''consuelo de tontos'', pero hoy, después de haber llorado mi guayabo epistolar quise empezar a ver las cosas en perspectiva.

Mi carta  ''A ti, Fulano'' era una versión mucho más corta y edulcorada de un texto que empezó siendo el bosquejo de una escena imaginaria, producto de un episodio que viví y que de tanto repetirlo en mi cabeza cogió forma de carta. Para el concurso tuve que cortarle un poco de trozos, pero hoy, aquí en este blog, sin límite de caracteres pienso colocarle la versión completa.

Y si, la vida puede ser un concurso, y yo puedo ser muy mala perdedora, pero míremosle el lado positivo, ahora usted podrá leer todo lo que quise decirle en algún momento a Fulano.

Una escena común, una ella (preciosa, bajita, vestida de jeans y camiseta blanca, con converse amarillos y lentes de pasta), está frente a frente con un él cualquiera (vestido con un sweater gris oscuro, jeans negros y zapatos deportivos del mismo tono), están en un café anónimo en una ciudad igual a cualquier otra,  esperando sus respectivos cafés. Antes estaban hablando y la chica le había tratado de decir algo a éste él, cuando este la interrumpió para hacer el pedido.

Él: ¿Qué me ibas a decir cuando te interrumpí?

Ella pensó: “que si te miro me transpiran las manos y que si me tocas se me acelera el corazón. Que si te ríes, te iluminas y creo que si en ese momento me filmasen el alma, me vería como una tonta, en technicolor y arcoírica, etérea y volátil. Que a veces me imagino cómo sería despertarme contigo, y reírnos de cosas que nadie entiende. Que no soy tan dura como piensas, ni tan racional como crees. Que me das ganas de decirte lo que siento al estilo chick flick:

Que quiero jugar a las escondidas y decirte cuánto me gustan tus zapatillas y sentarme en el borde de la bañera mientras te bañas y hacerte masajes en el cuello y darte besos, y mirarte provocativamente mientras te envuelves con la toalla.

  Y verte en la calle para encontrarnos en alguna estación y hablar del día a día, de nuestras vidas y rituales profesionales. Y que me gustaría  irme contigo a cenar y que no me importe que comas de mi plato, ni que me ayudes a elegir el postre.Y tipear tus cartas, y consignar juntos nuestros documentos, y que haya un buzón a nuestro nombre para que justo allí se acumulen las facturas, que las revistas de suscripción lleguen a nombre del Señor y la Señora seguidos por tú apellido.

Y quiero llenarte la vida de  listas, de post-its, de besos dibujados en el cristal empañado del baño mientras te afeitas por las mañanas, y quiero meterte papelitos en el bolsillo de tú saco para que los descubras cuando llegues al trabajo. Y quiero  reírme de tus paranoias y regalarte discos que nunca escucharás y ver películas buenísimas y pésimas y quejarme del programa de radio y sacarte fotos cuando estás durmiendo y levantarme para prepararte café con medialunas y galletitas.

Y, después ir a tomar vino durante la cena de los viernes, y que me enseñes la diferencia entre un Merlot y un Cabernet y dejar que me robes los cigarrillos y que nunca tengas encendedor y contarte lo que vi en la tele la otra noche en la  que te quedaste dormido a la mitad del documental, y recriminártelo con mi voz aniñada, y picándote el ojo, para que sepas que hay entre nosotros mucha química y complicidad. 

Y ordenarte la ropa por colores, y tratar de ser más organizada, y dejarte siempre una sorpresa en tú mesa de noche. 


Y ayudarte a vestir por las mañanas,y hacerte el nudo de la corbata, y buscarte el maletín y despedirte en la puerta, para arreglarme yo e irme a mi trabajo. Y que los domingos nos levantemos tarde y desayunemos juntos en la terraza, leyéndonos en voz alta los titulares de la prensa, y que andemos en fachas ese día. Y que vayamos al teatro, o a una galería o a una cata de vino todos las semanas para evitar caer en la rutina monótona de las parejas de hoy en día.

 Y acompañarte al oculista, al doctor, y hacerte entender cuando salgamos del médico, del banco, y del juzgado que TODO VA A ESTAR BIEN. Y darte la mano fuerte cuando vamos por la calle, y dejar que me abraces por la cintura, y que me des besitos en la punta de la nariz, y que coloques tu mano por mi cintura sin ninguna contemplación.

Y hacer un esfuerzo por  no reírme de tus chistes malos, ni de tus manías infantiles, y tratar de entender que te encantan las comiquitas y los videojuegos, que no soportas la política en exceso ni que te hable –exclusivamente- de mi vida académica.

 Y que me sea común desearte, y tener ganas de saltarte encima  por las mañanas pero aún así entender que a veces debo dejarte dormir un poco más, porque estás cansado; que debo dejar fluir mis ansias de besarte la espalda y acariciarte la piel y decirte al oído cuánto amo tus manos, tú cuerpo, la barba de tres días que te dejas, el perfume que te pones, lo bien que besas, ese espacio cóncavo que hace tú mandíbula con tú hombro en el cual apoyo mi cabeza cuando estoy triste. 

Y decirte además, que amo lo inteligente, amable y considerado que eres, y tú tono de voz ronquito, y la cantidad de años que me llevas, y que siempre estés dispuesto a pedirle más a la vida.

Y sentarme a leer un libro y a fumar en la escalera de la casa hasta vuelvas y preocuparme cuando te atrasas y sorprenderme cuando llegas temprano y no me avisas con anticipación.  Y regalarte girasoles e ir a todas tus fiestas corporativas y bailar contigo toda la noche. Sonreírte desde el otro extremo de una reunión y que con solo ese gesto sepas que eres el único.

Y sentirme culpable cuando peleamos y no tengo razón, y cuando rompo mis promesas y te defraudo; y  sentirme feliz cuando me perdonas, y me besas, y comprendes mis arranques. Y  mirar tus fotos y desear haberte conocido desde siempre y sentir tú voz en mis oídos y sentir tú piel contra mi piel.

Y tener mucho miedo de que te enojes y pongas la cara de domingo fatídico, y que me quites la mano de tú cuello y que repitas la frase ‘’inapropiado’’, y temblar como una niñita porque estás sintiéndote miserable; y tener un temor horrible a que te vayas, o a que algo malo te pase.

Y abrazarte cuando estés ansioso y ser tu sostén cuando la vida te duela, agarrar tú mano con fuerza y mirarte a la cara, y besarte en la frente y que solo con eso sepas que estamos juntos en esto.

Y quiero desearte sólo con olerte y abusar de ti al tocarte, y envolverte toda la noche y morirme de frío cuando me quites la cobija y de calor cuando no lo hagas y añorar el contrapeso que haces en el otro lado de la cama cuando te ausentes por viajes laborales y derretirme cuando sonrías y desintegrarme cuando rías y no entender porqué piensas que te estoy rechazando cuando no lo estoy y preguntarme cómo es posible que pienses que alguna vez podría rechazarte.

 Y preguntarme quién eres pero aceptarte igual y contarte de la niña del bosque encantado, del ángel, de los árboles que hablan y de ésta pobre tonta que voló a través del océano porque te amaba y escribirte poemas y cartas y preguntarme por qué no me crees y tener un sentimiento tan profundo que no encuentre palabras para decirlo y retenerte en la cama cuando te tengas que ir y llorar como un bebé cuando finalmente te vayas.

Y comprarte regalos que no quieras y llevármelos otra vez y suplantarlos con detallitos absurdos que solo un hombre como tú pide y un día cualquiera, dejarme de remilgos infantiles y pedirte que te cases conmigo y que  me digas que sí mirándome a los ojos; y saber que llegaremos a viejos juntos y que nos retiraremos a vivir en un pueblito griego rodeados solo por el mar.


 Y querer todo lo que quieres y pensar que sin ti estoy un poco perdida  y saber que cuando estoy contigo estoy a salvo.

Y contarte lo peor de mí, incluso aquellas cosas que por temor ni a mi almohada le he confesado e intentar darte lo mejor de mi misma porque tú lo mereces y obligarme a contestar tus preguntas incómodas (aún cuando prefiero no hacerlo) y decirte la verdad cuando en realidad no estés preparado para oírla y ser honesta porque sé que tú lo prefieres y pensar que todo se acabó pero aferrarme allí durante diez minutos más hasta que me eches de menos y entiendas que tú  vida sin mi no es lo mismo  porque somos de la misma calaña.

Y quiero aprender a conocerte como me conoces tú, y saber leer los subtítulos que aparecen bajo tus sonrisas, y guardarte las caricias en la caja del recuerdo, y atesorarte los sueños, y desecharte los miedos y hacerte entender que  el esfuerzo que hagamos  vale la pena y hablarte mal en catalán  para que no entiendas mis molestias y así no acumulemos resentimientos y hacer el amor contigo a las tres de la madrugada y de alguna de alguna manera comunicarte algo del irrefrenable amor que te tengo.”

(A lo que ella lo mira, se muerde el labio inferior y dice)

Ella: nada, no tiene importancia.



miércoles, 6 de abril de 2011

Primer Amor.


A los seis o siete años conocí a mi primer amor, no es de asombrarse que, con mi carácter decidiera mirar a alguien y amarlo por sobre todas las cosas. No se asuste querido lector, mi primer amor era un niño rubio, pequeño, apodado El Principito.

Le sonreí un día cualquiera desde el otro lado de la biblioteca blanca de mi casa, lo miré como quien quiere y no quiere la cosa y le tendí mi mano. Allí estaba él, esperándome en un ejemplar viejo y gastado que le había pertenecido a mi madre.

 Temerosa pasé a la primera página, la dedicatoria...y si, ya se que usted se sabe la dedicatoria del Principito como se sabe el PadreNuestro, pero es que este, mi Principito no solo tenía la clásica dedicatoria  a Leon Werth, sino que tenía además, una dedicatoria con la caligrafía Palmer inconfundible de mi mamá, por lo que había dos dedicatorias en él, como invitándome a leer el libro y a permitirle al Principito ser parte de mi vida.

Si me encomendaran la tarea de reeducar a los niños cuando el Apocalipsis llegue solo usaré 3 libros de texto, el Manual de Carreño para que tengan buenos modales, el Diccionario para que tengan vocabulario, y El Principito, porque allí está todo lo que uno vino a aprender en esta vida.



En serio, es en ese libro en el que aprendemos que sí es importante la guerra entre los corderos y las flores, y que lo esencial es siempre invisible ante los ojos; aprendemos también que la belleza de una flor orgullosa puede llevarnos a desencantarnos de toda la flora del mundo.

 Aprendemos que a medida que crecemos nuestro pragmatismo va borrando nuestras fantasías infantiles y eso puede hacernos más o menos felices dependiendo de en que parte del asteroide B-612 nos encontremos.

El Principito nos enseña que el problema de los adultos no es crecer, sino olvidarse de como fueron cuando niños.


Gracias a este libro sabemos cosas elementales de la vida, como que es necesario soportar 2 o 3 orugas si de verdad queremos conocer a las mariposas...o  que al momento de despedirnos es mejor sorprendernos por la falta de reproches.



Aprendemos que hay que juzgar a las personas por lo que hacen y no solo por lo que dicen, porque la flor, por más orgullosa e hiriente que se mostrara, si quiso al Principito, es solo que éste no llegó nunca a saberlo.

 Nos enseña que no hay cosa más difícil que juzgarse a uno mismo, y que si lo hacemos de la manera correcta entonces somos sabios.

 A su vez nos enseña a valorar a los amigos y a no olvidarlos, porque no todos tienen la dicha de tenerlos, y que valorarlos significa aceptarlos como son,y quererlos por lo que valen, aunque uno sea un piloto o un zorro sin domesticar.

 Él me enseñó que la vida es cuestión de disciplina, que después de desayunar, y antes de hacer nuestras labores diarias debemos arrancar poco a poco la hierba mala, porque si no lo hacemos se nos llenará el asteroide de Baobabs.

El Principito me hizo entender que ante la tristeza lo único que podemos hacer es correr nuestra silla un poquito al oeste, para alcanzar la dicha de ver el sol ponerse más de 43 veces.Las puestas de sol nunca son tan agradables como cuando se está verdaderamente triste.

Mi querido Principito me dijo en alguna de sus páginas que las espinas están ahí por una razón, y no son solamente pura maldad de las flores.

Fue mi primer y único amor sincero. 

Gracias a él aprendí tantas cosas que no pueden aprenderse en ningún otro lugar. Me enseñó la diferencia entre un capricho y un amigo, entre uno y el otro, entre los hombres serios y los niños, entre las lucecitas de un farol y las estrellas.

Me enseñó que los que comprendemos la vida nos burlamos de los números, de las etiquetas, de los prejuicios. Vivimos sin diferenciar siquiera los puntos cardinales, las fronteras, los idiomas. VIVIMOS. SENTIMOS. HACEMOS... y ya, no nos queda más tiempo para otra cosa.




lunes, 4 de abril de 2011

Quien soy. Carta de bienvenida.

Vale. Hay que empezar por el largo etcétera de este inicio. Soy una chica joven, más de lo que aparento. Y soy guapa. Que lo soy, coño. Y me gusta escribir. Me gusta escribir porque tengo una imaginación enorme y unas manos que teclean y garabatean a mil por hora. Que soy creativa, de verdad. Y a veces me ocurren y se me ocurren cosas, y las escribo. Cosas maravillosas, y cosas oscuras. Y me gusta escribir ambas cosas, las bonitas y las no tan bonitas, porque así es la vida, de un rosado medio grisáceo. Historias ficticias e historias reales. Como ésta. Que es real porque les estoy contando de mi, y de mis ganas de escribir. Porque tengo una imaginación grandota, y porque creo que lo que no me dieron en estatura me lo han dado en ‘’arte’’. Y gracias a eso escribo todas estas historias, que a veces son frases corticas y otras unos novelones larguísimos. Pero casi siempre trato de escribir historias bonitas. Que si, que soy una cursi, pero que tengo mis límites. Y así como puedo escribir historias de amor preciosas puedo hablarte de un desamor de esos que terminan con una ella a punto de caer en barbitúricos. Porque para escribir hay que vivir, y hay que amar. No necesariamente amar a alguien, pero hay que amar, y en este caso yo amo escribir. Y si, suena muy tonto, y cursi. Pero bah, no vamos a abrir una discusión en torno a esto. Porque no voy a andar escribiendo sobre cosas que no conozco, para eso están los que escriben de ciencia ficción. Y ellos, son bastantes. Y les pagan por eso. Como escribir de algo sin experimentarlo, eso es escribir paja, y mentir. Y no pienso mentirles. Así que esto de escribir está siendo un experimento de sinceridad. O de transparencia. Mejor dicho, es un experimento de desnudez. Que la sinceridad es una de las pocas armas que tienen los poetas. (Menuda gilipollada). 

Entonces, bienvenidos…

Yo soy Beatriz González. Joven. Guapa. Y escritora.