Un día escribí que ‘’escribir no es más que
un ejercicio de desnudez’’, y a mí me encantaba estar desnuda, sentarme sin
miramientos y teclear palabras, disparar caracteres a velocidad de AK-47, y
darle a ‘’postear’’ sin contemplaciones.
Pero un día, de tanto escribir, perdí el don,
el talento. Me oxidé, me volví perezosa,
regresé a mi pasado inconstante de ‘’no terminar las cosas nunca’’, de dejarlo
todo a medio camino. Como el rompecabezas que jamás terminé, las lecciones de
cuatro que abandoné. Como mi vida. Un día decidí no vivirla y dejarla ahí, en
stand by, junto a la escritura.
También por esa época dejé de leer y comencé
a beber más que nunca. Requería menos neuronas y esfuerzo, y producía ‘’más o
menos’’ la ‘’misma’’ sensación.
¡Qué estúpida fui!
Volví a leer. Dejé la bebida. Y heme aquí,
papel y lápiz delante, computadora dispuesta, y nada. Horas mirando el mundo
enorme y limitante de una hoja en blanco. Física y digitalmente abrumadora. Sin
ideas. Sin palabras. Sin historias.
A mi escribir me daba vida. Me daba aire. Me
compraba paz. Y justo ahora necesito eso, y nada sale. Y se me desaceleran los
latidos, y la piel se me pone fría. Y me falta oxígeno. Me faltan letras.
Pero nada, que esta batalla se pelea caracter
por caracter. Y ya una vez que se rompe el blanco impoluto de la página, solo
queda seguir escribiendo, a ver si un día, de tanto hacerlo… algo me sale bien.
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