lunes, 25 de julio de 2011

Caracas.

Todas las historias necesitan un punto de partida, un hecho memorable, un suceso inesperado, un lugar en el cuál desenvolverse. La literatura me ha enseñado que todas y cada una de sus historias tienen una ciudad, un país, un espacio donde los eventos coinciden y las personas se encuentran. 

A veces esa ciudad no es más que el producto de una casualidad, de un ''esta ciudad me gusta y quiero que sea parte de mi novela''. 

Digamos pues que no hay historia sin ciudad, ni ciudad sin historia.

A veces creo que mi vida es un largometraje, o una novela cuyo estilo aún no logro descifrar y que como protagonista tengo una relación interesante con Caracas, que a fin de cuentas es la ciudad donde se desarrolla mi historia. 

Es mi ciudad, pues.

Y es curioso como el nacer en determinada ciudad y el crecer allí va moldeando poco a poco quienes somos y qué hacemos.

 Sueño frecuentemente en irme de ella y volver, después de muchos años, como en esos libros donde los protagonistas viajan (real o metafóricamente) y vuelven al mismo sitio, pero cambiados, y se dan cuenta que todo es distinto, no mejor, ni peor, sino distinto, como si la ciudad no hubiera podido esperarnos pacientemente, como si la ciudad tuviera la necesidad imperiosa de cambiar, aún en contra de nuestra voluntad.

Y hoy, que Caracas tiene 444 años, y tantas historias como habitantes quise escribir de ella, sobre ella más no para ella. Quise escribirle para mí, describirla como la veo, como la percibo, sin otra intención que la de plasmar en este espacio todo lo que ella representa.

Caracas tiene como soundtrack el incesante corneteo de los carros, las voces de los conductores, los gritos de los vendedores ambulantes. Suena al ''papita, maní, tostón'' o al tan mentado ''café, café, café'' de las mañanas de cola. Suena a un río Guaire que corre velozmente durante las tardes de lluvia.

Caracas, como buena mujer -porque para mí lo es- tiene siempre una carta bajo la manga, una sonrisa amable en un peatón, un piropo bonito al cruzar la calle, una tienda cuya vitrina jamás habíamos visto. Un concierto, una inauguración de alguna galería, una plaza rehabilitada. Unas guacamayas cruzando impertérritas un cielo que sirve de carpa a este caos tan maravilloso. 

Tiene colores,olores y formas que la hacen a veces sultana del Ávila y otras tantas me la muestran desteñida, como una mujer de la calle que ha sido golpeada por la vida, y es allí cuando caigo en un hueco, cuando un motorizado me lleva el retrovisor, cuando veo a alguien coléandose por el hombrillo, cuando la encuentro tan llenita de basura y sin esperanza. Y me da un sentimiento y una tristeza enormes.

Y la siento desprotegida y sin alguien dispuesto a darle un cariñito, sin una persona que la conquiste y la reconquiste a fuerza de Políticas Públicas Eficientes, pero de repente aparece alguien con un poquito de iniciativa y se dispone y se destaca, y le gana la batalla momentánea a los huecos y a los malandros, y vence a la basura, y propone algo nuevo.

 Un concierto, un cambalache de libros, un mercadito de artesanos. Y Caracas sonríe, y colabora, y se emperifolla, y se arregla las nubes coquetas y nos muestra un Ávila bonito, en tonos azules-ocres-verdes-naranjas, porque Caracas sabe que el Ávila cambia de color a cada minuto. 

Entonces yo la miro, y le pido disculpas por todas las veces que maldije su caos, por todas las veces que me quejé de ella, de su Metro, de sus esquinas inseguras, de la basura y del tráfico. Y le sonrío al Ávila, y agradezco tenerlo allí, como muestra real de que en tanto caos la belleza siempre resalta, de que entre tanta maldad e ineficiencia siempre hay algo bueno,algo rescatable.

Y me percato que el problema no es que Caracas sea así de ambivalente, sino que somos nosotros quienes de una manera u otra la volvimos así, hostil, huidiza, conflictiva, como una mujer que ha querido mucho y la han querido mal, entonces me molesto y me pongo proactiva, y boto la basura en la papelera, y bajo el volumen de la música que oigo en el carro, y retomo la cruzada ''Por una Caracas más amable'' y la transformo en  ''Por unos CARAQUEÑOS más amables''. 

Para que sea verdad el ''Caracas, TE QUIERO. Vivirte sin miedos'', solo tengo que empezar a trabajar en ello, a ser cada día más y mejor, para mí y para ella, que necesita gente dispuesta a ayudarla.

Así que desde esta trinchera cibernética, desde este lado de mi ghetto, te invito a que no pidas una Caracas AMABLE, sino a que tú empieces por ser un mejor Caraqueño.

2 comentarios:

  1. Son los que se aprovechan de ella (vivir, comer, pasear, etc.) y no la respetan porque no les pertecene los que la hacen ver aveces muy mal. Buen post.

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  2. Dulce y muy auténtico Bea. besos. Clau M.

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