lunes, 2 de abril de 2012

Caracas, tenemos que hablar.



Beatriz tenía tres semanas afuera, en otro código postal, en un huso horario diferente, en un país donde la seguridad te acompaña a caminar por las noches, y la calidad de vida se respira en cada paso. 

Tragos, risas, paseos, y ese despilfarro de la libertad.

Un mes en el que el tiempo se encargó de demostarle a Beatriz que a veces lo que se necesita es un cambio de aires, es ir, para volver al mismo sitio y darse cuenta de que todo puede mejorar.

A su llegada a Caracas, después de casi un mes en México, la recibió un clima húmedo, lluvioso, y la típica funcionaria subpagada de Inmigración que tenía de amable, lo que Bea tenía de física nuclear. Entre la hostilidad de la susodicha, el formulario eterno de Aduanas, y el afiche con la cara del ''único líder'' , sabía a ciencia cierta que regresar no era la mejor opción.

El tráfico, la bulla, el calor. Los niños pidiendo en la calle, y para variar la radio encadenada. Los titulares de prensa, los homicidios del fin de semana, y un Ávila que parecía cansado de tanta indolencia, eran las señales definitivas de que aquí ya no había sitio para todos. 

Ni para él, ni para ella, ni para nadie. 

Era hora de pensar en irse, en conjugar ese verbo que había pasado tanto tiempo evitando, negando la posibilidad alguna de marcharse, de mandar todo al mismísimo carajo y agarrar su maleta cargada de sueños en forma de ropa interior para vivir en otro sitio.

Caracas le apretaba en las caderas. Ya no le lucía, la hacía ver desteñida, sin vida en los ojos, agotada. La paranoia de vivir en la Ciudad de la Furia se le había alojado en los músculos del cuello, y la sonrisa le aparecía en la cara cada vez más forzada.

 La comodidad de ''gracias a Dios no te pasó nada'' que se colaba en cada conversación en la que los robos, secuestros eran los temas para hablar eran la gota que derramaba el vaso en el que Beatriz había pasado la mitad de su vida tomando.

Un buen día, en la mitad de un café con leche decidió decirle a Caracas sus cuatro verdades, para ver si así podían llevar la fiesta en paz, al menos hasta que Beatriz pudiera tener en su mano izquierda un título apostillado, y en la derecha un pasaporte con sello de ida, para no saber cuando volver.

-Caracas, bella tenemos que hablar. Creo que esto es necesario, que tenemos que hallar un punto medio, donde tú ambivalencia no me lastime, donde tus calles oscuras no me persigan, donde las colas eternas para el sueño, la comida, el trabajo, no sean el común denominador de mi día a día. Caracas, cariño, yo sé que no todo es tu culpa, que aquí, el tema ya no eres tú, sino yo. Lo sé. Pero coño Caracas, tenemos que hacer algo, yo no puedo irme ahora -por más que lo desee- y tú, tú no vas a cambiar de la noche a la mañana. Sé también que en esta relación hay una sádica y una masoquista. Tu disfrutas tu caos, y el hacerme sufrir, y yo, bueno no lo niego, yo disfruto cuando te pones bonita, y albergas festivales de cine, cambalaches de libros, cuando me regalas guacamayas que cruzan tu cielo y soles a medio esconderse con lunas a medio salir. Es verdad, eres bonita, preciosa diría yo, eres tan bella que solo levantas sospechas. Porque ese es el tema, Caracas, que eres tan bonita que no sé en qué momento vas a venir a joderme. Vas a trancar este juego de dominó, te vas a parar de la mesa y te vas a llevar contigo ''la cochina''. No sé cuando te de la gana de decir que ya es suficiente, que lo nuestro se acabó y me vas a ''tirar un quieto''. O peor aún, cuando en modo de venganza le tires un quieto a los que amo. Coño Caracas, en serio. Tú eres una jevita bella, pero conflictiva, bipolar, y yo necesito tener paz en mi corazón, necesito enfocarme en otros asuntos que no sean el vivir en la eterna angustia de no sacar el celular en la calle, de no andar sola de noche. Caracas, sabes que no te miento, que no son paranoias mías, ni mucho menos.Que sé también que esta conversa la has tenido antes, con muchos otros, con otras. Y no sé a que acuerdo hayas llegado con ellos, yo solo te pido paz, espacio y tiempo, nada más. Yo me comprometo a bajarle dos a mi mala intensidad, a disfrutar cada gesto que haces por mi, a no juzgarte tanto, a sustituir los ''Coño, Caracas'' por frases menos hostiles. 

Prometo irme, y volver, y ser mejor para ti, y ayudar en todo lo que pueda a reconstruirte, a emperifollarte, como dicen las doñas. Es lo único que puedo ofrecerte.

Espero paciente tu respuesta. Sabes donde encontrarme, en este lado del ghetto.


3 comentarios:

  1. Querida, hoy más que nunca me siento identificada con tus letras.
    Irse, irte, venirse, quedarse, marcharse, devolverse. De aquí. De allá.
    Es raro, es rarísimo, es frustrante. Uno anda por la calle y se siente "seguro", y te montas en subte a las 9 de la noche, sales a la calle, llegas a casa y todo bien. Estás hasta las 12 en "Antares" tomándote una cerveza artesanal, te dan las 12, te paras en la calle y esperar al colectivo. ¡En bus! Llegas a tu casa en bus. ¿No es demente? ¿No es absurdo? Lo es.
    Y uno anda paranóico y crees que medio mundo te va a robar o matar, o cualquier otro verbo terrible etc.

    Vivir fuera es raro.

    La nueva libertad se siente rara.

    Es una ropa que hay que aprender a usar.

    Es raro tener que explicarle a los argentinos que eso que llaman inseguridad ni se asemeja a lo que uno solía vivir a diario.

    En fin...es raro.

    Besos,
    A.-

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  2. Dice un amigo mío: "El miedo no te ve sino la espalda."

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  3. Caracas, ¿por qué dejaste que tu atractivo también sedujera a esos propios y extraños que como cánceres se apoderan de tí?

    Me rompe las bolas (y perdona que use vulgaridades en tu espacio) tener que aceptar esta misma Caracas de miedo, frustración y sosiego... ¿Qué tan factible será cambiarla de afuera para adentro y no al contrario? afff... tantas preguntas...

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